Hace unos días el Inos - LOBO - publicó en su blog Artepoética un cuento sobre una niña que venía desde lejos a estudiar a Concepción.
Me emocionó porque me hizo recordar mi propia historia como sureña intentando cumplir los sueños propios y los anhelos familiares.

Eso me motivó a que hoy les escriba una historia que tiene que ver con mis años de estudiante y de recién egresada... una historia que no ha terminado.

El tata de la esquina

No recuerdo cuando fue la primera vez que lo ví, pero en mi retina se mantiene inalterable su imagen añosa, su andar debilitado, su postura encorvada, mirando a través de su ventana como la vida apura el paso y se desliza sin pausa frente a él.

Muchas veces me crucé en la calle con él... yo con caminar seguro avanzando hacia alguna clase y él, acompañado de su enfermera, aprovechando los primeros rayos primaverales para estirar las piernas y tomar aire fresco.

Nunca dejé de inclinar mi cabeza y regalarle un respetuoso buenas tardes. Sus ojos se iluminaban, sonreía y me devolvía el saludo. Ese pequeño gesto me hacía sentir más humana. En su mirada adivinaba un ansia por encontrar un rostro conocido con quien recordar viejos tiempos. No deben quedar muchos amigos con quienes hablar... ya la gente no se detiene a preguntarle a nadie cómo está.

Otras muchas veces pasé mirando hacia su ventana para verlo ahí, arropado con un chal café, sentado en su sillón...

El tata de la esquina -no sé su nombre y no quiero saberlo tampoco- sigue ahí... Ahora ya casi no camino por ahí, ahora ya casi no camino... Pero a veces necesito volver a ver sus ojos iluminados y su sonrisa, y vuelvo a pasar por su esquina... pocas veces lo encuentro tomando el sol o estirando las piernas en la calle, pero me queda el consuelo de verlo a través de su ventana

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